Agotamiento
Por EQUIPO AICTS / 25 de marzo de 2024
En nuestra última entrada en el Blog de AICTS, hace una semana, nos centrábamos en un aspecto clave como son las condiciones de vida. Este es uno de los temas que más abordamos en estas publicaciones, como consecuencia de las transformaciones de nuestras sociedades, especialmente en las dos últimas décadas. Se puede disfrazar de la forma que se quiera, a través de datos macroeconómicos, por ejemplo, pero la realidad es que se ha producido una precarización de la vida, un empeoramiento de las condiciones de trabajo, un aumento de los precios y de los intereses bancarios, etc. La crisis sistémica de 2008 supuso el punto de inflexión en un sistema que aceleró todas las tendencias existentes. El neoliberalismo dio lugar a un turbocapitalismo que, apoyado en un avance de la digitalización, transformó las bases de nuestras estructuras sociales. La respuesta a la crisis, todo el mundo la recuerda: recortes, ajustes, austeridad... La recuperación se produjo pero no afectó a todos los agentes y colectivos por igual. Al contrario, las clases trabajadoras y medias se las vieron y desearon para regresar a la casilla anterior. De hecho, pocos lo consiguieron. En plena aceleración de estos procesos, la pandemia del Covid-19 llegó como un shock. La excepcionalidad del momento, el impacto en todos los niveles de la nueva crisis y el recuerdo de las medidas tomadas anteriormente, dieron lugar a actuaciones de las Administraciones Públicas en una dirección diferente. La Unión Europea, no sin pocos debates, fue clave en este sentido, con los planes de reconstrucción y recuperación. Sin embargo, la crisisd el Covid-19 no supuso un punto de inflexión en nuestro sistema, no se produjo una vuelta a las medidas del Estado de Bienestar en un sentido profundo, sino que fue un paréntesis en los cambios que venían dándose antes. Y fue la invasión de Ucrania por parte de Rusia la que, en 2022, puso otra muesca en nuestro sistema. Este hecho mostró la transformación del tablero geoestratégico, la evolución de la Globalización hacia una Desglobalización, la multilaridad y el declive de Occidente. Por el camino y, paradójicamente, como fruto de la división internacional del trabajo derivada de la propia Globalización, la debilidad de Europa. Además, llevamos dos años en los que el coste de la vida, como decíamos, se ha intensificado.
En la anterior entrada del Blog, como hemos indicado al comienzo del artículo, nos centramos en las condiciones materiales. Recapitulando, familias y personas tienen más dificultades para llegar a final de mes, el salario no les llega y cada vez más personas y familias no pueden hacer frente a gastos imprevistos, irse de vacaciones al menos una semana fuera de su domicilio habitual, o tener una dieta más diversificada. Cotidianamente, lo vemos. Además, la solidaridad familliar, tan importante en Estados de Bienestar de carácter familista como el español y el de los países del Sur de Europa, es cada vez menor una vez que, con la crisis de 2008, quedó muy tocada. Y es que, de no haber sido por el apoyo familiar a las personas que perdieron sus empleos, viviendas, etc., las consecuencias de la misma habrían sido todavía mayores. Estas situaciones, obviamente, no causan solo estragos en las señaladas condiciones materiales sino que también cuentan con consecuencias en aspectos psicológicos. Es decir, la salud mental se ve muy resentida por las incertidumbres de nuestro tiempo.
Hace unas semanas, El País publicó un reportaje, firmado por Pablo Linde, con el explícito título "La España cansada: 'A las 10 de la mañana ya estoy reventada y quiero que termine el día'". Los testimonios que aparecen en el mismo no son desconocidos, también los vivimos en nuestro día a día, en las realidades que nos tocan, en los entornos, etc. Linde recoge también la visión de diferentes especialistas médicos que inciden en que cada vez más personas llegan a las consultas con esta situación y que, la misma, no responde a causas orgánicas. Es decir, las transformaciones y exigencias de nuestro tiempo, en todos los ámbitos, está dando lugar a un agotamiento generalizado. Es una realidad que puede observars en numerosos empleos, cualificados o no, donde la carga de trabajo ha aumentado, así como las responsabilidades, exigencias, etc. Es un hecho que se aprecia en las conversaciones, en que cada vez se tiene que hacer más. Esta situación llega a un apelotamiento de tareas que implica una sensación de no llegar. Y esta situación se junta con las exigencias, también cada vez mayores, en todos los sentidos. La pandemia, en este sentido, sí que supuso un punto de inflexión pero en negativo. El teletrabajo, por ejemplo, se institucionalizó de forma presencial, siendo esto una contradicción, pero es la sensación. Nos quedamos con los males de los dos modelos. Por ejemplo, el volumen de reuniones online es impresionante, sin dejar de tener que realizar las actividades presenciales.
Por lo tanto, con este escenario, lo raro es que la gente no se encuentre cansada y agotada. Vivimos en un mundo que nos lleva a ocupar todas las horas del día y, de hecho, hasta el ocio está marcado por una intensidad y aceleración que implica un no disfrutar del momento en no pocas ocasiones. Si a esto le unimos las presiones derivadas de las condiciones materiales, que son la realidad más inmutable, normal que nuestra salud mental se resienta.