Estudiar y trabajar
Por EQUIPO AICTS / 17 de junio de 2024
Hay cuestiones que parecen remitir a otros tiempos pero que, aunque no lo parezca, son muy actuales. Y más en los tiempos que corren. No suelen salir en los medios de comunicación pero, de vez en cuando, artículos y reportajes se hacen eco. Un ejemplo de ello es "Cada vez más jóvenes estudian y trabajan, pero van a petar: 'Si no hago nada, creo que no sirvo'", que firmaba en El Confidencial Héctor García Barnés el pasado 1 de junio de 2024. El artículo de García Barnés señalaba que más de un tercio de los jóvenes españoles menores de 30 años compatibilizan trabajo y estudios. En el mismo, además de los análisis de diferentes sociólogos, se presentan algunos testimonios de jóvenes que están en esa situación, destacando el esfuerzo cada vez mayor que tienen que realizar, especialmente en entornos más competitivos como en los que nos encontramos.
Estudiar y trabajar a la vez nos remite a otras épocas, en cierto sentido, y era uno de esos procesos que casi se veían como superados. Lo que ocurría no es que hubiese pasado ese hecho, sino que no se hablaba de ello. Las generaciones anteriores, aquellas que venían de las clases trabajadoras y agrícolas, que eran clases medias aspiracionales, se encontraron con un acceso a los niveles de estudios superiores que no habían tenido sus padres. Como hemos señalado en otras ocasiones, estudiar en la Universidad era algo reservado, mayoritariamente, a las clases medias - altas y altas. No obstante, no eran pocas las personas que no llegaban a estos estudios. Y, parte de los que lo hacían, además de contar con becas en no pocos casos, también lo compatibilizaban con trabajos. Estos solían darsel, especialmente, en épocas estivales, o incluso los fines de semana. Eran empleos en la hostelería, la restauración o en campañas del sector primario, también en trabajos temporales en la industria. Trabajos en los que se podía ganar un dinero que se reservaba para los meses de estudio, especialmente si se hacía fuera de su ciudad y región de origen. En general, los salarios no eran bajos, y había oportunidades laborales en estos sectores. Posteriormente, tras la década de los noventa del siglo XX, se observaba cómo este fenómeno no era tan frecuente, especialmente en ámbitos como la hostelería y la restauración, pero también en el sector primario, mientras que en el secundario desaparecían esos empleos. No cabe duda de que, igualmente, había ocupaciones caracterizadas por su dureza que no contaban con una elevada demanda por parte de la población autóctona. Tampoco se daban las necesidades de épocas pasadas. Por otra parte, la mirada sobre los jóvenes se centraba en aquellos años en el fenómeno ni-ni, ni estudian ni trabajan, aunque no era ni mucho menos el grupo más amplio de la juventud. Pero, se categorizaba a buena parte de la misma de esta forma.
La crisis de 2008 supuso un gran punto de inflexión, altamente ya referido. En el caso de la Educación, y del acceso a los estudios superiores, supuso un mayor impacto para la influencia del origen social. Si la cualificación había sido el pasaporte de la movilidad y del ascensor social, desde entonces se constató su ruptura. Se sabía que estaba trucado y que la meritocracia no existía, pero no cabe duda de que la transformación de nuestras sociedades se había debido, en buena medida, por este proceso. En este nuevo contexto, jóvenes procedentes de las clases trabajadoras y medias iban a tenerlo más complicado. En algunas de las investigaciones que se han llevado a cabo desde integrantes de AICTS, se ha constatado cómo era en la Universidad cuando los estudiantes eran más conscientes de las desigualdades sociales y del impacto de su origen. De esta forma, y como bien refleja el reportaje de García Barnés, cada vez más estudiantes tienen que trabajar para poder llevar a cabo sus estudios. Pero, no solamente eso, sino que la trayectoria formativa no acaba con un Grado universitario. Al contrario, Máster y Doctorado se han incorporado a la misma de forma ya claramente institucionalizada. Y no solo un máster, incluso varios. Este hecho supone un esfuerzo inmenso para no pocas personas. Trabajar y estudiar a la vez no es una opción sino una necesidad. Y la presión, crece. Además, habría que añadir en este proceso a los jóvenes en Formación Profesional, tanto en Grado Medio como Superior, parte de los cuales también llegan a la Universidad a través de las diferentes pasarales previstas para ello. Y no son pocos los que también trabajan y estudian a la vez.
En definitiva, un escenario que nos muestra una vez más los cambios que se han producido en la estructura social y cómo impacta en las desigualdades. En el caso de la Educación, seguimos manteniendo nuestra creencia en su valor, y los datos no lo desmienten: el riesgo de caer en el riesgo de exclusión social es mayor a menor nivel de estudios. Se cuestiona la importancia de contar con un determinado nivel de estudios, especialmente universitario, incluso no son pocos los discursos, interesados, que inciden en que hay muchos titulados y demasiada oferta formativa. No es cierto. El problema es de nuestra estructura productiva. Mientras tanto, debería apoyarse el hecho de que todas las personas que quieran estudiar, puedan hacerlo, con independencia de su origen social. Hay esfuerzos enormes, especialmente si tienes que desplazarte de ciudad, y más si es una gran ciudad como Madrid o Barcelona, con el incremento del coste de la vida y de los precios de la vivienda. Las becas y ayudas al estudio no cubren todos estos gastos. Por lo tanto, la presión aumenta, como bien señala el interesante y necesario artículo de García Barnés.
Hay cuestiones que parecen remitir a otros tiempos pero que, aunque no lo parezca, son muy actuales. Y más en los tiempos que corren. No suelen salir en los medios de comunicación pero, de vez en cuando, artículos y reportajes se hacen eco. Un ejemplo de ello es "Cada vez más jóvenes estudian y trabajan, pero van a petar: 'Si no hago nada, creo que no sirvo'", que firmaba en El Confidencial Héctor García Barnés el pasado 1 de junio de 2024. El artículo de García Barnés señalaba que más de un tercio de los jóvenes españoles menores de 30 años compatibilizan trabajo y estudios. En el mismo, además de los análisis de diferentes sociólogos, se presentan algunos testimonios de jóvenes que están en esa situación, destacando el esfuerzo cada vez mayor que tienen que realizar, especialmente en entornos más competitivos como en los que nos encontramos.
Estudiar y trabajar a la vez nos remite a otras épocas, en cierto sentido, y era uno de esos procesos que casi se veían como superados. Lo que ocurría no es que hubiese pasado ese hecho, sino que no se hablaba de ello. Las generaciones anteriores, aquellas que venían de las clases trabajadoras y agrícolas, que eran clases medias aspiracionales, se encontraron con un acceso a los niveles de estudios superiores que no habían tenido sus padres. Como hemos señalado en otras ocasiones, estudiar en la Universidad era algo reservado, mayoritariamente, a las clases medias - altas y altas. No obstante, no eran pocas las personas que no llegaban a estos estudios. Y, parte de los que lo hacían, además de contar con becas en no pocos casos, también lo compatibilizaban con trabajos. Estos solían darsel, especialmente, en épocas estivales, o incluso los fines de semana. Eran empleos en la hostelería, la restauración o en campañas del sector primario, también en trabajos temporales en la industria. Trabajos en los que se podía ganar un dinero que se reservaba para los meses de estudio, especialmente si se hacía fuera de su ciudad y región de origen. En general, los salarios no eran bajos, y había oportunidades laborales en estos sectores. Posteriormente, tras la década de los noventa del siglo XX, se observaba cómo este fenómeno no era tan frecuente, especialmente en ámbitos como la hostelería y la restauración, pero también en el sector primario, mientras que en el secundario desaparecían esos empleos. No cabe duda de que, igualmente, había ocupaciones caracterizadas por su dureza que no contaban con una elevada demanda por parte de la población autóctona. Tampoco se daban las necesidades de épocas pasadas. Por otra parte, la mirada sobre los jóvenes se centraba en aquellos años en el fenómeno ni-ni, ni estudian ni trabajan, aunque no era ni mucho menos el grupo más amplio de la juventud. Pero, se categorizaba a buena parte de la misma de esta forma.
La crisis de 2008 supuso un gran punto de inflexión, altamente ya referido. En el caso de la Educación, y del acceso a los estudios superiores, supuso un mayor impacto para la influencia del origen social. Si la cualificación había sido el pasaporte de la movilidad y del ascensor social, desde entonces se constató su ruptura. Se sabía que estaba trucado y que la meritocracia no existía, pero no cabe duda de que la transformación de nuestras sociedades se había debido, en buena medida, por este proceso. En este nuevo contexto, jóvenes procedentes de las clases trabajadoras y medias iban a tenerlo más complicado. En algunas de las investigaciones que se han llevado a cabo desde integrantes de AICTS, se ha constatado cómo era en la Universidad cuando los estudiantes eran más conscientes de las desigualdades sociales y del impacto de su origen. De esta forma, y como bien refleja el reportaje de García Barnés, cada vez más estudiantes tienen que trabajar para poder llevar a cabo sus estudios. Pero, no solamente eso, sino que la trayectoria formativa no acaba con un Grado universitario. Al contrario, Máster y Doctorado se han incorporado a la misma de forma ya claramente institucionalizada. Y no solo un máster, incluso varios. Este hecho supone un esfuerzo inmenso para no pocas personas. Trabajar y estudiar a la vez no es una opción sino una necesidad. Y la presión, crece. Además, habría que añadir en este proceso a los jóvenes en Formación Profesional, tanto en Grado Medio como Superior, parte de los cuales también llegan a la Universidad a través de las diferentes pasarales previstas para ello. Y no son pocos los que también trabajan y estudian a la vez.
En definitiva, un escenario que nos muestra una vez más los cambios que se han producido en la estructura social y cómo impacta en las desigualdades. En el caso de la Educación, seguimos manteniendo nuestra creencia en su valor, y los datos no lo desmienten: el riesgo de caer en el riesgo de exclusión social es mayor a menor nivel de estudios. Se cuestiona la importancia de contar con un determinado nivel de estudios, especialmente universitario, incluso no son pocos los discursos, interesados, que inciden en que hay muchos titulados y demasiada oferta formativa. No es cierto. El problema es de nuestra estructura productiva. Mientras tanto, debería apoyarse el hecho de que todas las personas que quieran estudiar, puedan hacerlo, con independencia de su origen social. Hay esfuerzos enormes, especialmente si tienes que desplazarte de ciudad, y más si es una gran ciudad como Madrid o Barcelona, con el incremento del coste de la vida y de los precios de la vivienda. Las becas y ayudas al estudio no cubren todos estos gastos. Por lo tanto, la presión aumenta, como bien señala el interesante y necesario artículo de García Barnés.