No se llega
Por EQUIPO AICTS / 15 de julio de 2024
Llevamos más de una década y media, camino de dos, analizando la evolución de la estructura social y cómo la misma ha virado en este periodo. Hay decenas, centeneres, de estudios, diagnósticos, análisis de todo tipo. Hay factores y variables que siguen determinando las desigualdades, hay otras que son nuevas. Los cambios han sido constantes y acelerados. En este periodo, hemos vivido la crisis sistémica de 2008, con la confirmación del cambio del paradigma y la evolución del capitalismo neoliberal de la Globalización apoyado en las TIC. Fue un gran crack, de dimensiones muy profundas. Se barrió con la perspectiva de futuro, con el concepto de mejora, con ciertos resortes del Estado de Bienestar (no todos), y las clases medias regresaron a la casilla de salida en parte. Los colectivos situados en los lugares más precarios, en situaciones de exclusión social, perdieron también la dimensión aspiracional. La clase media iba a quedar mucho más lejos, a la vez que se redefinía. El papel del nivel de estudios en los procesos de movilidad social iba a cambiar también. La meritocracia había existido en un contexto muy determinado, pero ahora ya no iba a darse. El origen socioeconómico, los diversos capitales en términos de Bourdieu, iban a ser más concluyentes. Sin embargo, el sistema no se vio cuestionado, todos estos colectivos y clases se irían adaptando a una nueva realidad, que iba cambiando a gran velocidad. La recuperación fue macroeconómica, las grandes empresas, mientras que en el día a día, cotidianamente, los efectos se daban de forma ralentizada. Se comenzó a vivir al día. Luego, llegó el Covid-19, la pandemia y el temor a que una crisis de esas dimensiones pudiese llevarse por delante los restos de un sistema que se va debilitando. La respuesta a esta crisis fue distinta, la ortodoxia económica no se impuso y se generaron medidas para afrontar el difícil escenario. Sin embargo, fue un parche. En 2022, la guerra de Ucrania, el aumento de los precios de los combustibles, el incremento del nivel de vida, la situación de los intereses bancarios, la inestabilidad geopolítica... Dos años de una especie de tormenta perfecta que ha ido socavando todavía más a las clases trabajadoras y medias. Casi dos décadas después de la crisis de 2008, y con todo lo que estamos viviendo, tampoco han cambiado las estructuras económicas y productivas. Al contrario, se han intensificado las tendencias anteriores, las de la división internacional del trabajo marcada en buena medida por las deslocalizaciones y la pérdida de músculo industrial de las sociedades occidentales. El empleo se ha precarizado y, con las condiciones actuales y la combinación del incremento de los costes de la vida, no se llega. Y cada vez es más evidente. Y, cuando se hace, es a través del endeudamiento en no pocas ocasiones.
Dos indicadores recientes nos muestran esta cruda realidad, ambos publicados en sendos artículos de El País. El primero de ellos, el pasado 10 de julio, indica que la riqueza mundial ha crecido pero, esta situación, no se produce en España. Además, según el estudio de USB del que se extraen estos datos, desde 2008, en nuestro país la desigualdad ha aumentado un 20%. Toda una muestra del escenario descrito en el párrafo anterior. España es uno de esos países que, en el contexto actual y con la evolución del sistema económico, se encuentra en una posición de mayor debilidad por las condiciones de su estructura productiva. Durante estas décadas, hemos escuchado en tantas ocasiones que hay que cambiar el modelo productivo, primero para no depender de la construcción (recordemos la "burbuja inmobiliaria") y del turismo y, luego, para adaptarnos a la economía verde, a la digitalización, la sostenibilidad, etc. No vamos por ese camino y, al contrario, como hemos indicado anteriormente, hemos intensificado el modelo con el turismo desbocado. La desigualdad sigue incrementándose y no parece que vaya a ir a menos. La riqueza ha crecido, pero se concentra cada vez en menos manos, otro signo de nuestros tiempos que, en no pocas cuestiones, implican un retroceso.
En otro indicador, indisoluble del anterior, se recogía unas semanas antes. Partiendo de los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), la Plataforma de Infancia mostraba cómo el 37,1% de los adolescentes españoles están en riesgo de exclusión social y que 900.000 no tienen cubiertas sus necesidades del día a día. Con importantes diferencias territoriales, especialmente entre regiones del norte y el sur, nos encontramos con una serie de colectivos, infancia y adolescentes que, al depender de sus hogares, están en una situación de vulnerabilidad. Sin duda alguna, es uno de los indicadores más alarmantes de los que nos podemos encontrar al analizar estos escenarios. Existen no pocos hogares en los que los progenitores o bien están en desempleo, o bien cuentan con trabajos inestables, temporales, precarios, etc. Este hecho, impacta no solo en padres y madres, obviamente, sino también en sus descendientes. Y, como en todo, se produce un "efecto Mateo", unas condiciones de partida más precarias que, en no pocos casos, se van reproduciendo, aunque no tienen porque. Aquí entran en juego las políticas públicas, redistributivas y equitativas. Pero, estas poco pueden hacer frente a unas condiciones estructurales que se imponen.
Por lo tanto, las desigualdades van en aumento y muchas familias, hogares, personas, no llegan a fin de mes, pueden no cubrir necesidades básicas, no afrontan gastos imprevistos, o no pueden permitirse irse de vacaciones al menos una semana. Esta es una realidad que se impone. Sí, ciertamente, nuestros datos macroeconómicos van mejorando, se saca pecho de ellos, y vemos cómo bares, restaurantes y hoteles están llenos, el turismo nos pone delante del espejo una imagen que no es real ya que, por un lado, no son pocas las personas que, legítimamente, han decidido "vivir el momento" y, por otra, las condiciones laborales en parte del sector son las que son. Por lo tanto, mientras que no abordemos determinados cambios estructurales, y el contexto actual no los favorece, el escenario va a ir a peor. Se lleva mucho tiempo lanzando alertas...
Llevamos más de una década y media, camino de dos, analizando la evolución de la estructura social y cómo la misma ha virado en este periodo. Hay decenas, centeneres, de estudios, diagnósticos, análisis de todo tipo. Hay factores y variables que siguen determinando las desigualdades, hay otras que son nuevas. Los cambios han sido constantes y acelerados. En este periodo, hemos vivido la crisis sistémica de 2008, con la confirmación del cambio del paradigma y la evolución del capitalismo neoliberal de la Globalización apoyado en las TIC. Fue un gran crack, de dimensiones muy profundas. Se barrió con la perspectiva de futuro, con el concepto de mejora, con ciertos resortes del Estado de Bienestar (no todos), y las clases medias regresaron a la casilla de salida en parte. Los colectivos situados en los lugares más precarios, en situaciones de exclusión social, perdieron también la dimensión aspiracional. La clase media iba a quedar mucho más lejos, a la vez que se redefinía. El papel del nivel de estudios en los procesos de movilidad social iba a cambiar también. La meritocracia había existido en un contexto muy determinado, pero ahora ya no iba a darse. El origen socioeconómico, los diversos capitales en términos de Bourdieu, iban a ser más concluyentes. Sin embargo, el sistema no se vio cuestionado, todos estos colectivos y clases se irían adaptando a una nueva realidad, que iba cambiando a gran velocidad. La recuperación fue macroeconómica, las grandes empresas, mientras que en el día a día, cotidianamente, los efectos se daban de forma ralentizada. Se comenzó a vivir al día. Luego, llegó el Covid-19, la pandemia y el temor a que una crisis de esas dimensiones pudiese llevarse por delante los restos de un sistema que se va debilitando. La respuesta a esta crisis fue distinta, la ortodoxia económica no se impuso y se generaron medidas para afrontar el difícil escenario. Sin embargo, fue un parche. En 2022, la guerra de Ucrania, el aumento de los precios de los combustibles, el incremento del nivel de vida, la situación de los intereses bancarios, la inestabilidad geopolítica... Dos años de una especie de tormenta perfecta que ha ido socavando todavía más a las clases trabajadoras y medias. Casi dos décadas después de la crisis de 2008, y con todo lo que estamos viviendo, tampoco han cambiado las estructuras económicas y productivas. Al contrario, se han intensificado las tendencias anteriores, las de la división internacional del trabajo marcada en buena medida por las deslocalizaciones y la pérdida de músculo industrial de las sociedades occidentales. El empleo se ha precarizado y, con las condiciones actuales y la combinación del incremento de los costes de la vida, no se llega. Y cada vez es más evidente. Y, cuando se hace, es a través del endeudamiento en no pocas ocasiones.
Dos indicadores recientes nos muestran esta cruda realidad, ambos publicados en sendos artículos de El País. El primero de ellos, el pasado 10 de julio, indica que la riqueza mundial ha crecido pero, esta situación, no se produce en España. Además, según el estudio de USB del que se extraen estos datos, desde 2008, en nuestro país la desigualdad ha aumentado un 20%. Toda una muestra del escenario descrito en el párrafo anterior. España es uno de esos países que, en el contexto actual y con la evolución del sistema económico, se encuentra en una posición de mayor debilidad por las condiciones de su estructura productiva. Durante estas décadas, hemos escuchado en tantas ocasiones que hay que cambiar el modelo productivo, primero para no depender de la construcción (recordemos la "burbuja inmobiliaria") y del turismo y, luego, para adaptarnos a la economía verde, a la digitalización, la sostenibilidad, etc. No vamos por ese camino y, al contrario, como hemos indicado anteriormente, hemos intensificado el modelo con el turismo desbocado. La desigualdad sigue incrementándose y no parece que vaya a ir a menos. La riqueza ha crecido, pero se concentra cada vez en menos manos, otro signo de nuestros tiempos que, en no pocas cuestiones, implican un retroceso.
En otro indicador, indisoluble del anterior, se recogía unas semanas antes. Partiendo de los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), la Plataforma de Infancia mostraba cómo el 37,1% de los adolescentes españoles están en riesgo de exclusión social y que 900.000 no tienen cubiertas sus necesidades del día a día. Con importantes diferencias territoriales, especialmente entre regiones del norte y el sur, nos encontramos con una serie de colectivos, infancia y adolescentes que, al depender de sus hogares, están en una situación de vulnerabilidad. Sin duda alguna, es uno de los indicadores más alarmantes de los que nos podemos encontrar al analizar estos escenarios. Existen no pocos hogares en los que los progenitores o bien están en desempleo, o bien cuentan con trabajos inestables, temporales, precarios, etc. Este hecho, impacta no solo en padres y madres, obviamente, sino también en sus descendientes. Y, como en todo, se produce un "efecto Mateo", unas condiciones de partida más precarias que, en no pocos casos, se van reproduciendo, aunque no tienen porque. Aquí entran en juego las políticas públicas, redistributivas y equitativas. Pero, estas poco pueden hacer frente a unas condiciones estructurales que se imponen.
Por lo tanto, las desigualdades van en aumento y muchas familias, hogares, personas, no llegan a fin de mes, pueden no cubrir necesidades básicas, no afrontan gastos imprevistos, o no pueden permitirse irse de vacaciones al menos una semana. Esta es una realidad que se impone. Sí, ciertamente, nuestros datos macroeconómicos van mejorando, se saca pecho de ellos, y vemos cómo bares, restaurantes y hoteles están llenos, el turismo nos pone delante del espejo una imagen que no es real ya que, por un lado, no son pocas las personas que, legítimamente, han decidido "vivir el momento" y, por otra, las condiciones laborales en parte del sector son las que son. Por lo tanto, mientras que no abordemos determinados cambios estructurales, y el contexto actual no los favorece, el escenario va a ir a peor. Se lleva mucho tiempo lanzando alertas...