El futuro de la Universidad  

Por EQUIPO AICTS / 22 de enero de 2018


Hace unos días se presentó el estudio ¿Quién financia la Universidad? Comparación entre comunidades autónomas, España, Europa y la OCDE, 2009-2015, a cargo del Observatorio del Sistema Universitario de la Universidad Complutense de Madrid y que ha tenido una importante repercusión en los medios de comunicación. Lo cierto es que dicho informe no puede arrojar un escenario más desalentador en el periodo analizado como consecuencia de los recortes y ajustes presupuestarios: los ingresos no financieros de las universidades descendieron un 20,2% y la financiación pública un 27,7%; las tasas universitarias han aumentado; la diversidad entre Comunidades Autónomas de estas medidas es muy acentuada; estos procesos impactan igualmente en el profesorado y la investigación, precarizándose unas plantillas cada vez más reducidas; y España cada vez se distancia más de los países de su entorno en inversión universitaria, habiéndose situado por debajo de la media de la UE y de la OCDE. 

Pero no es un proceso nuevo sino que responde a una deriva hacia el modelo británico de educación superior en el que el peso de la misma va poniéndose cada vez más del lado del estudiante, que debe costeársela. Y de esta forma se rompe con el valor de un servicio público esencial como es la formación universitaria. Que la universidad española tiene sus deficiencias y fallos es un hecho, pero no es esta la vía para solucionarlas. Los ataques contra esta institución, que vienen de no pocos frentes, encuentran su justificación en la alusión a la calidad de la misma o a su posición en los rankings internacionales, en lo que es una lectura cargada de intencionalidad y con bastantes limitaciones ya que habría que profundizar en cómo se construyen los mismos y en los factores que marcan las valoraciones. Por otra parte, también se hace referencia continuamente a la cuestión de la financiación pero cuyo significado no es otro que el recorte del gasto público. Y no podemos olvidar lugares comunes referidos a la gran cantidad de estudiantes universitarios que existen o a que se estudian carreras que no tienen salida laboral, argumentos de nuevo muy parciales e interesados.

Frente a estas posiciones, cada vez con más peso en una trayectoria más mercantilizada de la educación en todos sus niveles, hay que seguir defendiendo el valor social de la universidad, su importancia para los individuos y sociedades, así como la incidencia de la educación en conseguir una mejor calidad de vida y en la movilidad social, a pesar del impacto de la crisis que comenzó en 2008 en estos procesos. España ha partido de déficits en formación universitaria y en la investigación que, lejos de paliarse, se han incrementado en los últimos años. El exitoso acceso a la educación terciaria de amplias capas de población procedentes de las clases medidas y clases trabajadoras a partir de los años ochenta es uno de los grandes logros del Estado de Bienestar en nuestro país. Pero, parece que hace mucho tiempo que hemos olvidado ponerlo en valor y la deriva del acceso a la Universidad va camino de un retorno al pasado en el que sólo determinados grupos sociales puedan acceder a la misma, hecho que ya se viene dando a medida que se van incrementando los requisitos para acceder a determinados puestos de trabajo y se minusvalora el valor de los títulos: costes directos e indirectos, acceso a estudios de Máster y Doctorado, formación complementaria en idiomas y Nuevas Tecnologías, estancias en el extranjero, etc. 

La Universidad debe seguir insistiendo en su función social, en el valor que tiene para una sociedad y no caer en prácticas mercantilizadoras y elitistas aunque esas tendencias también se ven en su interior y, lamentablemente, están más arraigadas de lo que parecen incluso en cuestiones como la carrera profesional y los sistemas de acreditación como muestran los criterios de acceso a las figuras de Catedrático y Titular de Universidad aprobadas por ANECA recientemente. Cabe recuperar, por lo tanto, ese valor social y no rendirse ante estas fuerzas y tendencias tan poderosas.