Personas mayores y segunda ola

Por EQUIPO AICTS / 11 de octubre 2020

Han pasado casi siete meses desde el marzo de 2020, el punto de inflexión de nuestro tiempo. No hace falta recordar que, durante esas semanas tan duras de marzo y abril, fueron las personas mayores las principales golpeadas por los efectos de un coronavirus del que, en aquellos momentos, se desconocían aspectos determinantes. Era el principal colectivo de riesgo y el impacto de la COVID-19 fue impecable con millares de fallecidos y afectados. Muchas residencias se vieron especialmente afectadas con una situación dantesca que, en no pocos casos, supusieron focos de transmisión con consecuencias dramáticas. Este hecho mostró algunas carencias significativas de nuestro sistema de Servicios Sociales en ese ámbito que respondieron, no en todos los casos ni muchos menos, a precarizaciones, privatizaciones y a un modelo de negocio que jugaba con la atención y la vida de las personas. En todo caso, la concieciación y sensibilización con respecto a las personas mayores y su vulnerabilidad con respecto a la COVID-19 fue clave en esos meses. 

Durante el periodo siguiente, del proceso de apertura a las medidas menos restrictivas, pasando por el aumento de casos por la llegada de la segunda ola, el regreso a la escuela y universidades, así como las nuevas acciones para evitar transmisiones comunitarias, han situado a las personas mayores en un segundo plano en los medios de comunicación y en las noticias sobre la COVID-19. No, no es que haya disminuido la preocupación por la situación de este colectivo, al contrario, pero da la impresión que ha quedado un poco arrinconado. Hay que señalar que el retorno a los centros de día y a residencias de personas que estaban en ellas y dejaron de acudir con el confinamiento, con sus consecuencias especialmente para ellos y sus familiares, se ha producido a través de grandes medidas de seguridad y de protocolos que se están cumpliendo y que han dado lugar a que no se estén produciendo tantos brotes en residencias y centros de día, aunque son inevitables como en todos los espacios. Como ha ocurrido en el caso de los colegios, los procesos de control, seguimiento y monotorización, seguimiento y aislamiento de los casos, están funcionando. 

Pero las personas mayores siguen siendo las más vulnerables a la COVID-19 desde el punto de vista sanitario. No debemos olvidarlo, y hay que poner todos los medios disponibles. Sin embargo, otras circunstancias ya señaladas se están intensificando en relación a las personas mayores y los efectos de la COVID-19 y una de las fundamentales es la soledad. Y es que, en este contexto, las visitas a residentes quedan muy restringidas, lógicamente, y eso implica un coste emocional tremendo sobre estas personas y sus familiares. Son escenarios durísimos que, en no pocas ocasiones han supuesto incluso que no se hayan podido producir despedidas de estas personas. Pero no ocurre únicamente con las personas mayores que están en residencias sino con el colectivo en general que, en definitiva, se ve menos con sus familiares y amistades, reduciendo los contactos sociales. Un escenario que nos lleva a incidir, una vez más, en la importancia de lo relacional para las personas mayores. Sin embargo, la pandemia ha limitado enormemente el mismo, y no se atisba solución a corto y medio plazo. Este escenario todavía se hace más complicado con las personas mayores que viven solas, buena parte de dicho colectivo mujeres solas, siendo una tendencia en alza en nuestro país. En definitiva, no olvidemos a las personas mayores en un contexto en el que todos los focos apuntan en otras direcciones.