La dureza de un noviembre de 2020

Por EQUIPO AICTS / 31 de octubre 2020

Termina un mes de octubre que nos ha llevado a una segunda ola de la pandemia de la COVID-19 que, de forma acelerada, nos devuelve prácticamente a la casilla de salida, a marzo de 2020. El desánimo cunde en una sociedad sobre la que pesa, como una sombra alargada, el confinamiento domiciliario en el mismo sentido que los meses de marzo, abril y mayo. Aquel momento fue durísimo, el impacto de la situación sanitaria, los fallecimientos, y la sensación de incertidumbre se fueron imponiendo hasta que se consiguió "doblar y aplanar la curva". De esta forma, nuestras sociedades tuvieron un regreso a una cierta "normalidad" que se sabía iba a estar condicionada por la COVID-19. Mascarillas, hidrogeles, distancias, etc., se hicieron cotidianos en una nueva sociabilidad que rompía con algunas de nuestras convenciones sociales. Mientras tanto, se trataba de recuperar la economía, especialmente en aquellos sectores con un mayor impacto de la COVID-19, como todo lo vinculado con el turismo, el ocio y la cultura. Parte de ellos no llegaron apenas a situarse en la línea de salida y, el resto, se enfrentaron a los escenarios que vimos estos meses pasados. Además, la vuelta al colegio era el horizonte de "temor" más importante.

Sin embargo, las advertencias de lo que podía pasar estaban ahí, parte de los epidemiólogos advertían de lo que podía ocurrir. Y está pasando. Ahora mismo, a punto de comenzar noviembre, la mayor parte de las Comunidades Autónomas españolas tienen medidas de restricción de los movimientos, algunas han cerrado la hostelería y la restauración, mientras que los contagios y las hospitalizaciones, así como los fallecimientos, crecen. En otros países de Europa, ya se han adoptado medidas más contundentes. De esta forma, se trata de ver si se puede evitar el confinamiento total, la paralización de la actividad y el cierre de las escuelas, mediante las acciones de restricciones, cada vez más duras. 

Se avecina un mes de noviembre durísimo, con la incertidumbre y el temor a lo que está por venir. Por una parte, un virus que es incontrolable y que no da tregua. Por otra parte, una solución que ya no se vende como cercana, a través de vacunas y remedios que puedan atajar en el corto plazo la situación. Ni siquiera en el medio. Este es uno de los grandes cambios de los últimos dos meses, ese optimismo que aparecía en relación a los remedios contra el virus y el contar con una vacuna incluso en otoño han ido descendiendo, incluso desapareciendo. De esta forma, se impone la realidad más cruda. La esperanza es necesaria, por supuesto, pero también unas expectativas realistas que no se basen en deseos que no se pueden cumplir, como se ha visto. 

También hemos señalado en otras entradas el papel de las administraciones y de la ciudadanía, cómo la mezcla de una falta de previsión y de actuaciones apresuradas, junto con una parte de la sociedad, que creemos minoritaria, ha contribuido a provocar la situación actual. Estamos en un escenario muy duro y complejo de nuevo, con una ciudadanía muy agotada, con una población que ve cómo sus familiares y personas cercanas enferman y fallecen; con unas incertidumbres de futuro durísimas que afectan a todos los ámbitos de la vida; con un contexto económico que se presenta extremadamente grave en todos los plazos. El reto es mayúsculo, no cabe duda y este mes que entra, noviembre, nos vuelve a poner a prueba en mayor medida.