Desigualdad

Por EQUIPO AICTS / 11 de enero 2021

Una de las cuestiones centrales del debate en la actualidad es el referido a la desigualdad. En realidad, siempre ha estado ahí aunque con diferentes intensidades a lo largo del tiempo. Es cierto que, desde 2008, la cuestión de la desiguladad volvió a alcanzar una nueva relevancia por la crisis que comenzó ese año y sus consecuencias. Hasta entonces, las dos décadas anteriores se habían basado en una especie de estructura social en la que se consolidaban las clases medias pero sobre una base de barro. Y es que, esas clases medias nuevas y aspiracionales, así como las consolidadas, lo hicieron en relación al estatus, a sus diferentes signos y aspectos, mientras que lo material quedaba en un segundo plano y en una especie de subsistencia o de "vivir al día". La crisis de 2008 dinamitó todo aquello, demostrando que el sistema se había construido sobre bases muy diferentes a las décadas de consolidación del Estado de Bienestar. En su momento, ya señalamos cómo la clase media volvía a sus orígenes. Recientemente, obras como las de César Rendueles también han abordado cómo se ha transformado el modelo, centrándose en cuestiones centrales como la meritocracia.

En realidad, todo este escenario hasta el 2008 también escondía un contingente de exclusión social que no se quería ver o que quedaba oculto. Había colectivos que siempre estuvieron al borde de la misma, grupos de población procedentes de las clases trabajadoras, barrios humildes de las grandes ciudades protagonistas de los éxodos rurales del pasado, y la inmigración que en el caso de España marcaría la primera década del siglo XXI. Con la crisis de 2008, fueron estos grupos vulnerables los más afectados y a ellos se unió buena parte de las clases medias. Con la recuperación económica de la segunda mitad de los 2010, nos encontramos ante la paradoja de un crecimiento que no se veía reflejado en las clases trabajadoras y medias. Al contrario, su situación se había vuelto más precarica, el nivel de vida había crecido y el Estado de Bienestar se había adelgazado, lo que implicaba un menor número de transferencias sociales. Las transformaciones de la Globalización se aceleraron y el escenario se fue volviendo más complejo. Pero, mientras tanto, parecía que lo que iba a pasar es que se regresaría a ese momento anterior mientras que las contradicciones del sistema se iban agudizando, lo que daba lugar a no pocos cambios y riesgos en forma de movimientos populistas de extrema derecha que instrumentalizaban el descontento, aunque no contaban con soluciones para el mismo.

Y, en esto llegó la pandemia COVID-19, de la que ya hemos hablado largo y tendido en relación a la desigualdad. Como hemos venido señalando, lo que no cambia, empeora, y eso es lo que ocurrirá con la desigualdad que, si no se toman medidas muy estructurales y no parece, será cada vez más creciente. Ya hemos observado cómo se han producido un deterioro de las condiciones de vida de los grupos más vulnerables y de parte de las clases medias, especialmente aquellas vinculadas a los sectores económicos más afectados por la pandemia. Es decir, en no pocos casos, trabajos no cualificados, de salarios no muy elevados y relacionados con la hostelería, el turismo, etc. Ahí queda la situación de este último, un pilar fundamental de la economía española, pero también de la hostelería y la restauración. Los ERTEs, el aumento del desempleo y las bajas contrataciones en periodos tan importantes como las campañas de verano y de Navidad marcan la tendencia que viene a corto y medio plazo. 

COVID-19 está afectando a los colectivos más vulnerables de la estructura social, muchos de los cuales vienen ya con una mochila bastante pesada de la crisis anterior. Las rentas más bajas son las que se están viendo más afectadas por la crisis debido también a la situación ya mencionada en relación al empleo. Es significativo el impacto que está teniendo en grupos como los jóvenes y los inmigrantes, la mayor parte de los mismos con unas bases menos sólidas para afrontar la situación. Y, en todo este proceso tampoco puede dejarse de señalarse la situación de los niños y adolescentes, determinados por la situación de su hogar y de sus progenitores. De nuevo, la vulnerabilidad de una parte de este colectivo ha quedado de manifiesto. Mientras tanto, ese Estado de Bienestar determinante en la cohesión social con políticas que fueron determinantes en la consolidación de las clases medias, y que se ha visto reducido en las últimas tres décadas, especialmente en la última, también mostró sus costuras con el inicio de la pandemia. De la Sanidad a la Educación, pasando por los Servicios Sociales, fueron muchos los ámbitos en los que se mostraron los impactos de las políticas neoliberales. Aunque las respuestas de las administraciones han sido claves, queda mucho camino por recorrer para afrontar esa recuperación de un Estado de Bienestar que tiene que ser clave para afrontar los siguientes y complicados pasos. Pero, no cabe duda que tendrán que darse cambios más estructurales. Si no se producen, la situación será todavía mucho más grave y la desigualdad irá en aumento. 

Claro que, todo esto también hay que verlo desde una perspectiva más global. Y es que no debemos olvidar, al contrario, hay que decirlo muchas veces, que el acceso a las vacunas contra la COVID-19 va a ser también muy desigual. Y es que no todos los países van a acceder al mismo ritmo a las vacunas. De hecho, mientras que en Occidente ya se han comenzado las vacunaciones, y se aceleran ante la llegada de la tercera ola y de las mutaciones del virus, en muchos más países queda tiempo para que lleguen. Este hecho lo han reflejado numerosos expertos e incluso se estima que la vacuna no llegará a los países más pobres hasta el año 2023 o 2024. Las consecuencias son terribles, con todas las implicaciones que se quieran tener en consideración. Y, de nuevo, la desigualdad llama a la desigualdad y no se articulan soluciones ante ello. Desigualdad global, desigualdad interna, en fin, brechas que se expanden.