El impacto en la estructura demográfica

Por EQUIPO AICTS / 20 de enero 2021

La COVID-19 lleva un camino de contar con unas incidencias más duraderas ya no de las que en los primeros momentos de la pandemia se pensaban sino de las previsiones más recientes. Si hace unos meses veíamos la segunda ola, se lanzaron consignas de "salvar la Navidad", y se sabía que la tercera ola sería tremenda, las consecuencias se han quedado cortas. En estos momentos, nos encontramos ante un escenario que en no pocos territorios es dramático. El ascenso de los contagios y sus consecuencias en los sistemas sanitarios, así como una transmisión mucho más acelerada, lleva al punto de unas medidas que cada vez más restrictivas de los movimientos y de las relaciones interpersonales. En algunas regiones se están cerrando las actividades no esenciales y se está manteniendo el trabajo y la educación. El escenario, como decimos, es muy dramático y ya no las próximas semanas sino meses se antojan muy difíciles. Algunos expertos indican que nunca se consiguió superar la segunda ola y, ciertamente, esto parece ser así y ha llegado la tercera.

Habrá tiempo de analizar este escenario y habrá que dirimir también responsabilidades, políticas y sociales, porque está claro que se produce una mezcla de ambas. Hay fallos de las administraciones, en el sentido de unas medidas que se van superponiendo o en ocasiones parece que improvisando, y también de unos ciudadanos y ciudadanas que, en ciertos casos, se saltan las restricciones o no siguen las recomendaciones. Y este hecho también es determinante, nos guste o no nos guste. Parece que nos tienen que indicar que no hagamos algo o dejemos de hacerlo, sin dejar de lado los fallos de las administraciones que también están presentes. En estos momentos, la "tormenta perfecta" ya está aquí de nuevo y parece que mucho más desatada.

Pero hay que incidir en otro aspecto en el que tendrá sus consecuencias la pandemia de la COVID-19 como es la estructura demográfica y sus diferentes variables. Aquí, obviamente, nos encontramos con una cuestión que es causa - efecto que es el de la mortalidad. Los datos son concluyentes y las fuentes del Instituto Nacional de Estadística o el Instituto de Salud Carlos III sitúan por encima de 77.000 personas el exceso de la mortalidad con respecto a las trayectorias de años anteriores. El dato es impactante porque muestra cómo las consecuencias han sido de una elevada proporción. La mayoría de estas personas son mayores que fallecieron durante la primera ola de la COVID-19 en la primavera de 2020, en la que se combinaron el desconocimiento del funcionamiento del virus, la enorme presión sobre el sistema sanitario y la situación de una parte de las residencias para las personas mayores, y todo ello teniendo en consideración que este colectivo es el más vulnerable ante el virus. Además, estas cifras y las secuelas de la COVID-19 también tendrán su reflejo en el propio envejecimiento de la población.

En segundo lugar, las previsiones más lógicas indican que la COVID-19 va a tener también sus consecuencias sobre la natalidad. Si ya países como España estaban en unas bajísimas tasas de natalidad e índices de fecundidad, esta situación va a determinar las decisiones vitales de numerosas personas que verán sus proyectos, empleos, niveles de vida, etc., afectados. Si se ha detectado que la natalidad se ve afectada por estas condiciones, por la búsqueda de una seguridad vital para afrontar la crianza de los hijos e hijas, y que el retraso de la edad del primer hijo, la diferencia entre el número de hijos que se tienen y los deseados, no cabe duda que la situación que va a dejar la COVID-19 de acentuarse estas tendencias será muy negativo. En definitiva, un escenario muy complejo para el reto demográfico afectado especialmente por el previsible descenso de una natalidad estabilizada en cifras reducidas para asegurar la tasa de reemplazo.