El acceso a la vivienda, otra cuestión sin resolver

Por EQUIPO AICTS / 8 de noviembre de 2021

Hay problemáticas que no acaban nunca de solucionarse, al contrario, empeoran. Es el caso del acceso a la vivienda en un país como España. Se dan en relación a la misma una serie de cuestiones que se han convertido en seculares y estructurales. Hace unas semanas, varios artículos alertaban de las dificultades que implicaba el acceso a la vivienda, tanto en venta como en alquiler, en nuestro país. Por un lado, la oferta de alquiler a precios que no supusiesen un elevado porcentaje del salario, es decir, una vivienda en alquiler accesible a precios bajos, era muy reducida, hecho que impedía esta posibilidad a las rentas bajas. Además, también se alertaba de la enorme brecha que existía entre los propietarios de viviendas y los inquilinos de pisos, calibrado en que los primeros tienen una renta hasta treinta y tres veces superior a los segundos, por encima de la media europea. En definitiva, un escenario que nos dice mucho sobre la estructura social de nuestro país.

Hay que comenzar indicando que la cuestión de la vivienda en España siempre ha sido compleja. Por un lado, el hecho de que la vivienda en propiedad en España sea un hecho clave en el sentido del estatus y del acceso a una movilidad social ascendente. Hay estudios que señalan que España es un país de propietarios, lo cual se podría vincular con estructuras culturales y valores del pasado. No es menos cierto que, para las generaciones posteriores a la Guerra Civil, las de la última etapa del éxodo rural, contar con una vivienda en propiedad era una aspiración muy interiorizada. La expansión de las ciudades y de las clases medias se sustentó en parte contando con ello. Desde entonces, el alquiler era visto como algo no deseado, una opción que era o bien temporal o para las personas, familias y colectivos que no pudiesen comprarse un piso. El alquiler en España, como bien es conocido, es minoritario en relación al resto de Europa. De hecho, tener un piso en alquiler, se decía popularmente, era tirar el dinero porque, con lo que pagabas por el mismo te podías comprar uno.

Un siguiente paso en esta proceso se da cuando las generaciones del "baby boom" comienzan a acceder a la vivienda. En este sentido, sus padres y madres habían conseguido acumular diversos capitales, comenzando con una vivienda en propiedad y siguiendo con el económico en ese ascenso de las clases medias. Buena parte de estas generaciones fueron las primeras de sus familias en ir a la Universidad y contar con unas condiciones de vida más holgadas. Además, los pasos de rito hacia la madurez y la vida adulta se marcaban claramente: estudiar, encontrar un trabajo con unas buenas condiciones, contar con una pareja y casarse y salir al mercado de la vivienda. Es decir, la emancipación se retrasaba hasta que se pudiese contar con esas premisas. Por el camino, parte de estas generaciones se quedaba en casa de sus padres, hecho que daba lugar a que también pudiesen acumular capitales derivados de sus trabajos, lo que les permitiría acceder a la vivienda en propiedad. No era lo frecuente tener en consideración la posibilidad del alquiler. 

Pero, ya en esos periodos, comienza a hablarse del problema del acceso a la vivienda. Llega el "boom inmobiliario" y los precios se disparan hasta límites insospechados, aprovechando una especie de tormenta perfecta. Por un lado, el valor de la vivienda como un signo de estatus; por otro lado, una demanda creciente de personas que salían al mercado de la vivienda; y, en tercer lugar, las facilidades del acceso al crédito por parte de las entidades bancarias. Y no podemos olvidar las medidas políticas que hicieron de la liberalización del suelo un aspecto clave. Desde la segunda mitad de la década de los noventa del siglo XX hasta la crisis de 2008, entramos en una espiral ascendente en todos los sentidos (oferta, demanda, precios) que transformará nuestra estructura social. Para entoces, el acceso a la vivienda se convierte en algo muy lejano para no pocos colectivos, incluso algunos provenientes de las clases medias.

Este proceso no ha dado lugar a aprendizajes. Sí, ha habido promociones de viviendas públicas, recordemos esos sorteos multitudinarios ya que el hecho de que te tocase una VPO (viviendas de protección oficial) era casi como si te tocase una lotería. Pero, como hemos señalado, el escenario se ha hecho todavía más complejo y el acceso a la vivienda se ha complicado. En el caso de la propiedad, los cambios han venido por una menor oferta y una restricción del acceso al crédito tras la crisis de 2008. Ciertamente, se siguen construyendo y vendiendo viviendas, pero ese ritmo descendió bastante. Más compleja es la situación del alquiler si cabe. Los precios de los mismos han subido, hace dos décadas era un destino accesible para las personas que no podían comprar, y se han vuelto insostenibles, especialmente en las grandes ciudades pero no solamente en ellas. Lo vemos en ejemplos como el hecho de que haya numerosísimas personas que tienen que compartir piso cuando, por su edad y sus trabajos, tendrían que estar en otro estadio. El impacto de los pisos turísticos se ha dejado notar en este proceso, lo que entronca con un modelo económico que se ha institucionalizado. De esta forma, se produce una salida de la población que residía en los barrios tradicionales del centro de las ciudades. Los alquileres suben, los "fondos buitre" encuentran oportunidades de negocio, etc. Pero no solo es cuestión del medio urbano. Aunque se ha advertido en numerosos estudios y se ha señalado sin cesar, las posibilidades de comprar y alquilar una vivienda en el ámbito rural también son muy limitadas. Se tiene la visión de que es algo sencillo, de que una vivienda en un pueblo es fácil y accesible. Al contrario.

No se vislumbra que este escenario tan complejo vaya a solucionarse a corto y medio plazo. Las medidas no parece que dan resultado, cuando en no pocas ocasiones tienen que competir con otras más liberalizadoras y con visiones muy arraigadas en nuestra cultura. Es una cuestión estructural de la que no hemos aprendido mucho en las últimas tres décadas. Mientras tanto, nos sorprendemos de que los jóvenes tarden en emanciparse (misión imposible para muchos), de que se siga prefiriendo la compra al alquiler (hecho legitimado por los precios de unos y otros) y de que los centros de las ciudades se hayan transformado cambiando la configuración de sus vecinos (algo estructural en todos los países). No, no tendríamos que sorprendernos tanto.