Crisis sistémica, nuevo estadio

Por EQUIPO AICTS / 28 de marzo de 2022

Las últimas semanas están suponiendo un devenir de acontecimientos que nos muestran dos cuestiones claves: la primera, la aceleración de transformaciones en nuestras sociedades, las bases de las cuales ya estaban presentes en las mismas; la segunda, consecuencia de ellas, un aumento del malestar y la incertidumbre, la cual no negamos que es inherente a la vida obviamente, de los que ya hemos escrito en este blog reiteradamenta. Ocurre que, en la actualidad, el salto que se está dando es de un calado todavía mayor que los anteriores. Recapitulemos una vez más. En 2008 comenzó una crisis financiera que devino sistémica, una crisis que derivó en una más global. Fue una muestra de la evolución de nuestro mundo, de una globalización que mostró su peor cara, en el sentido de todos aquellos aspectos que incidían en una nueva fase del capitalismo, en esta ocasión marcado por el neoliberalismo y la desregulación. Las semillas de este proceso venían de antes, ya desde la década de los setenta del siglo XX, se consolidaron en los noventa, y el comienzo del siglo XXI las acabó de arraigar. El mercado, en el peor sentido, ganó a una política que se replegó, especialmente en aquellas cuestiones vinculadas al Estado de Bienestar. Habíamos vivido unas décadas de crecimiento y consolidación de este modelo en buena parte del mundo occidental, otras de una combinación del mismo, en retroceso, pero con cambios de calado que llevaron a la crisis de 2008. Esa crisis sistémica propició la ruptura de la idea de progreso y nos hizo más cínicos seguramente, especialmente ante la respuesta dada a la misma que fue incidir en los mismos errores anteriores. Las consecuencias, las conocemos.

La pandemia del covid-19 de 2020 vino a reconfigurar el tablero de nuevo. Los años anteriores habían sido de crecimiento económico, hecho que se reflejaba en los datos macroeconómicos y no tanto en el día a día de muchos ciudadanos y sus familias. Al contrario. Cada vez más colectivos entraban en una precariedad e inestabilidad que se sostenía en un vivir al día que era lo que quedaba. Son años en los que se popularizan nuevas formas de empleo, en los que se inciden en los pasos dados anteriormente y en los que se muestra que, otra vez más, no hemos aprendido mucho o nada. La crisis del covid-19 aparecía como un riesgo elevadísimo y se temía que la respuesta iba a ser similar a la de 2008, lo que tendría unas consecuencias todavía más amplias en la estructura social. Pero no, en esta ocasión, parecía que se había aprendido la lección y se incidió en respuestas que, sin dar lugar a una transformación estructural de la sociedad, iban a servir para evitar una mayor precarización. La ortodoxia económica, en teoría, dio paso a un modelo más heterodoxo pero dentro de los márgenes de las tendencias existentes. Se entendía que había que hacer un cambio estructural, la cuestión era cómo sería el mismo. 

Pero, sin haber superado la crisis del covid-19, el nuevo tiempo ya está aquí y nos está de nuevo desbordando. Invasión de Ucrania por parte de Rusia como gota que ha colmado el vaso, los meses anteriores alertaban que había riesgos evidentes de que este vaso podría desbordarse. Materias primas, energía, crisis de la cadena de suministros, etc. Algo no cuadraba. Mejor dicho, algo no seguía cuadrando. Y ahí estaban todos estos factores para ponerlo de manifiesto. Una malestar que se encontraba latente, como bien señala el reportaje de Sergio C. Fanjul en El País. Lamentablemente, no hemos dado con las respuestas para que no ocurriese. No hemos sido capaces de evitar un escenario en el que, sí, lamentablemente, muchas personas se estaban quedando atrás o estaban en riesgo de ello. Un descontento, además, que puede ser aprovechado por fuerzas políticas de extrema derecha populistas. En este contexto, España además es un país que se encuentra en una posición más desfavorable por la evolución de las tres últimas décadas: desindustrialización, un sector terciario precariezado, una dependencia del turismo (más sensible a cualquier crisis), un sector primario muy tocado y una elevada dependencia energética, entre otras cuestiones.

Estamos en este escenario, el diagnóstico es claro y evidente y se nos podrá decir, ¿qué se puede hacer? Pues recuperar cuestiones vinculadas al Estado de Bienestar, a las condiciones materiales de los ciudadanos y sus familias, conseguir una mayor autosuficiencia en aspectos claves que puedan reducir los impactos de las crisis que puedan venir, apostar por una globalización diferente... Sí, nos dirán que escrito así es fácil, pero algo habrá que hacer. Y, de nuevo, recurrimos a Esteban Hernández de El Confidencial que su artículo del domingo 27 de marzo explica algunas cuestiones claves.