Pesimismo vs. optimismo

Por EQUIPO AICTS / 15 de agosto de 2022

Vivimos en unas épocas que son un tanto ciclotímicas o incluso disonantes. Por un lado, observamos una realidad con unos indicadores complicados, en relación a las condiciones de vida y a las perspectivas de futuro. Por no hablar del escenario que nos deja el cambio climático y la ola de calor de este verano. Por otro lado hay visiones que muestran cómo el presente y el futuro no son tan negativos, es decir, partiendo de la evolución de nuestras sociedades, en primer lugar, y siguiendo por el hecho de que las crisis que se vienen sucediendo no van a tener tanto impacto en nuestras condiciones de vida. Además, tras dos años de pandemia, el turismo parece haberse recuperado y hay motivos para contar esperanzas en relación al futuro. Nosotros estamos más en la primera línea, en ese pesimismo/realismo que está presente en una buena parte de los diagnósticos, aunque nos tachen de "cenizos". 

En primer lugar, no cabe duda de que las crisis sucesivas están afectando a nuestras condiciones de vida. Seguramente las transformaciones de las sociedades, ojo que hablamos de los países más desarrollados, nos hacen ver ciertos indicadores en relación a estas condiciones de vida que están funcionando correctamente, pero otros no. El periodista de El Confidencial, Héctor García Barnés, recogía en Twitter hace unas semanas un artículo de Max Fisher en el New York Times que tenía por título "No, el mundo no se está cayendo a pedazos". Los argumentos de Fisher en relación a ciertos indicadores, así como el valor de las tecnologías y la digitalización, son interesantes. En cierto sentido, recuerdan también a los de Steven Pinker. Es un optimismo basado en la capacidad de la humanidad para seguir adelante y superar las crisis y retos a los que se enfrenta. En El Confidencial, Javier Jorrín hacía referencia a la desmitificación de las crisis que vienen, señalando que las economías están más preparadas en la actualidad para afrontar los escenarios problemáticos que en 2008, por ejemplo. Un optimismo que se argumenta con indicadores y variables macroeconómicas. Y, finalmente, estos meses también hemos observado la presencia de mensajes políticos e institucionales sobre lo bien que va la economía y el futuro que nos espera.

A comienzos de agosto, un integrante de AICTS se tomó un café con un representante de una entidad del Tercer Sector, de las más especializadas en el trabajo y atención con personas en exclusión social y en riesgo de caer en la misma. Esta persona nos comentó que estaban muy preocupados porque habían visto cómo se estaba incrementando el número de familias y personas a las que les cortan la luz. Igualmente, también indicó que temían la llegada de la campaña escolar en septiembre porque habría muchas familias con dificultades para abordar el inicio del curso y los gastos derivados del mismo. Este hecho es recurrente y, a lo largo de este verano se observan esas imágenes en medios de comunicación y en Redes Sociales de una sociedad en vacaciones, especialmente tras dos años de pandemia, pero también hay que recordar que una de cada tres personas no se puede permitir ni una semana de vacaciones, en parte por dificultades económicas. 

En definitiva, nuestras sociedades están cada vez más desequilibradas y esto supone un riesgo enorme para una cohesión social cada vez más tocada, y con riesgo de empeorar en función de las condiciones que se están generando en los últimos meses. Hay gente a la que le va muy bien, gente a la que le va bien y, cada vez más, gente a la que le iba regular que le puede ir mal. Esto lo vimos en la crisis de 2008, cuando la estructura social sufrió una transformación que se basó en la precarización de condiciones laborales y de vida. En definitiva, tenemos que evitar que estos escenarios se repitan. La evolución de nuestras sociedades, con sus luces y sombras, no debe hacernos dejar de ver que hay condiciones estructuralels que están cambiando. Una de ellas es la situación de los jóvenes en relación a sus generaciones mayores, con un descenso de su nivel de renta, hecho que está más que constatado. Podemos regresar a Héctor García Barnés y su recomendable libro Futurofobia (Plaza Janés, 2022), donde argumenta que se ha roto con la idea de progreso y que la nostalgia se centra en un pasado que percibimios como mejor. 

Queremos ser optimistas, queremos creer que podemos afrontar estos retos y desafíos a partir de una generación de condiciones que permitan que la cohesión social sea una realidad. Que las condiciones de vida sean dignas y no precarizadas. Que los empleos cuenten con buenos salarios, además de los aspectos que podríamos definir como "de calidad". Pero no parecen que los procesos vayan por esos caminos. Al contrario, parece de nuevo que la factura las van a pagar los de siempre. De esta forma, el pesimismo es más bien un realismo. Sí, hay gente a la que le va bien, y muy bien. Pero también hay mucha gente a la que no le va nada bien. Hay que volver a crear proyectos colectivos basados en la cohesión social, la corresponsabilidad, unas políticas públicas que respondan a estos desafíos del presente. Queremos ser optimistas, como decíamos, pero no vemos argumentos.