Rendimiento escolar y origen socioeconómico

Por EQUIPO AICTS / 26 de diciembre de 2022

En nuestra anterior entrada, la realizada el 19 de diciembre acerca de la pobreza infantil y las desigualdades, hacíamos referencia a un estudio que había publicado El País sobre el estrés académico y cómo este afectaba en mayor medida al alumnado procedente de los grupos sociales con un nivel socioeconómico más reducido. Este trabajo se había desarrollado con una muestra de 6.000 estudiantes de 10 y 11 años y sus resultados mostraban cómo los niños y niñas de entornos socioeconómicos con menos ingresos mostraban una mayor preocupación a la hora de realizar exámenes, hacer tareas y tener errores en la escuela que los que procedeían de contextos más favorecidos. Además, estos estudiantes tenían notas más bajas en Matemáticas y Lectura. Una de las explicaciones clave que daban los responsables del estudio ante estos resultados era que, en definitiva, los niños y niñas de entornos más favorecidos podían contar a su disposición con una serie de recursos, tanto de clases particulares como de apoyo familiar, que los colectivos más vulnerables no contaban, o que no lo hacían en la misma manera. Además, la escasez de recursos materiales, las dificultades en el hogar o incluso las expectativas que las familias podían poner en la educación como medio de salida de la situación en la que se encontraban, en definitiva el ascensor social, también podían provocar este estrés académico. Los resultados fueron publicados en Maternal and Child Health Journal, estando disponible en este enlace

Obviamente, estos resultados están lejos de ser una sorpresa, al contrario, pero ofrecen una mirada y una perspectiva en la que ahondaremos más adelante. Si el mítico Informe Coleman en 1966 supuso un punto de inflexión acerca del impacto del origen socioeconómico y étnico en el aprendizaje y el aprovechamiento escolar, desde entonces el impacto de las desigualdades en Educación y cómo las desigualdades sociales se transmutan en educativas, y surgen desigualdades también dentro del propio sistema educativo, intrincándose unas con otras y relacionándose, como no podía ser de otra manera, en la actualidad no hemos dejado de analizar estos procesos. En el fondo subyace el valor otorgado a la Educación y la función que desempeña la misma. Por un lado, a la Educación le pedimos que sea capaz de garantizar la igualdad de oportunidades y la equidad, y que genere mecanismos de progreso y movilidad social a partir del "ascensor social". Pero, por otra parte, tiene una enorme capacidad de reproducir las desigualdades y de generar otras. De esta forma, la Educación se situaría en una posición paradójica ya que, en todo caso, es la única capaz de garantizar esa movilidad social que, por otra parte, aparece en la última década y media cada vez más rota. En este sentido aparecen los críticos de una meritocracia que podía funcionar en otras épocas pero que, en las condiciones actuales, parece imposible. Lo cual tampoco debe llevar a deslegitimar a la Educación como una herramienta fundamental para crear sociedades más cohesionadas y justas, como a veces se deduce de algunos discursos, ya que a mayor nivel educativo menos posibilidades de caer en la exclusión social.

De lo que no cabe duda tampoco es que el origen socioeconómico sigue teniendo un importante peso en los resultados académicos y que no todos los colectivos, familias y estudiantes están en las mismas posiciones para sacar el provecho de unos sistemas educativos en los que, lamentablemente, se producen mecanismos de reproducción de las desigualdades sociales. Pero no es culpa del mismo, o no debe caer toda la culpa sobre este ya que se realizan esfuerzos ingentes para evitarlos, sino de unas sociedades que se han vuelto más desiguales. En un contexto en el que, como bien se observaba en el estudio norteamericano señalado, hay más posibilidades, especialmente fuera del sistema educativo que dentro, para unos colectivos que otros, la desigualdad se cronifica. El peso de los costes indirectos, las posibilidades de apoyo, el papel de las familias pero no en un sentido culpabilizador sino de posibilidades, etc., son determinantes. La pandemia covid-19, con el cierre de los centros educativos especialmente, mostró algunas de estas debilidades.

Al sistema educativo le corresponde una tarea ingente pero no debemos hacer caer sobre el mismo toda la responsabilidad. Siempre le pedimos a la Educación que solucione todos los males de nuestras sociedades, y la desigualdad es una de ellas. Hay un papel determinante y fundamental pero cometemos un error de bulto si pensamos que solo con la Educación se conseguirá. A veces parece que es así. La Educación tiene que garantizar todas las oportunidades posibles, tiene que incidir en la equidad y la inclusión, y corregir y superar aquellas situaciones internas que generan desigualdades. También evitar disfuncionalidades que contribuyen a la reproducción de la estructura social. Son caminos ya andados que no conviene olvidar porque, como hemos señalado, las desigualdades se dejan sentir en los rendimientos académicos, y en más aspectos de la vida escolar.