Una carrera de fondo...

Por EQUIPO AICTS / 9 de enero de 2023

Hace menos de dos décadas, parecía que con la formación universitaria, entonces licenciatura (cinco cursos) o diplomatura (tres cursos) se terminaba prácticamente la etapa formativa de una persona. Obviamente, podría darse el caso de que alguien lo hubiese complementado con idiomas o, en aquel entonces, todo lo relacionado con las tecnologías. De hecho, el aprendizaje del inglés ya era una necesidad para muchas profesiones, aunque no alcanzaba el escenario actual. En relación a lo que podría denominarse como posgrado, másteres y demás, no había una demanda elevada. Y, con respecto a los estudios de Doctorado, eran también excepcionales para la mayor parte de las personas que terminaban una carrera. De esta forma, buena parte de las personas que iniciaban esa senda lo hacían porque tenían como perspectiva la carrera académica.

Este hecho ha cambiado en la última década, ya no tiene nada que ver y las generaciones de graduados universitarios cada vez tienen más claro que su formación no se limita a la carrera estudiada. Al contrario. De esta forma, el seguir estudiando un máster es para muchos casos una obligación. Y no hacemos referencia únicamente a los másteres habilitantes, que son necesarios para desarrollar una profesión como el de profesorado o el de la abogacía, sino en todos aquellos que representan una formación complementaria y que sirven para certificar una mayor cualificación. De esta forma, se cumple el valor relativo de los títulos académicos que tienen su importancia en relación a los que tengan el resto de candidatos a un puesto de trabajo, por ejemplo. 

Hace unas semanas, El Confidencial recogía datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) que mostraba cómo, para los egresados en el curso 2013-14, un 80,1% de los que lo había hecho en una carrera de la rama de Ciencias había cursado algún máster en los siguientes cinco años. En el caso de las Artes y Humanidades, descendía al 71,3%; en Ciencias de la Salud un 53,2%; 43,1% en Ingeniería y Arquitectura y 40,9% en Ciencias Sociales y Jurídicas. El dato es muy relevante porque muestra el diagnóstico que señalábamos en el primer párrafo del presente artículo. Además, incide en algunas carreras y formaciones que están vinculadas, igualmente, a las que tienen mejores condiciones laborales y salariales. En definitiva, no vale con estudiar un grado universitario sino que el máster se hace prácticamente obligatorio.

Conviene recordar que, en buena medida, nuestras sociedades se han construido bajo la premisa de un progreso basado en el acceso a la Educación y, en definitiva, a estadios superiores. Antes, llegar a la Universidad era algo propio de las clases medias - altas y altas, y solamente a través de becas y ayudas algunas personas de las clases trabajadoras podían llegar a esos niveles. Con el Estado de Bienestar se produce un crecimiento del acceso a la educación superior de los hijos e hijas de las clases trabajadoras, de las procedentes del éxodo rural, que se convierten en clases medias y que logran llegar a puestos de trabajo cualificados. Este proceso se da en España en los años ochenta y noventa del siglo XX, apoyado también en un sistema de becas y ayudas que hizo que numerosas personas pudiesen incluso ir a estudiar en universidades de fuera de sus localidades de origen, en no pocos casos porque no contaban en las mismas con esos estudios. También en esas décadas se crean nuevas universidades que irán incrementando la oferta formativa. Como decíamos al principio, en aquellos años no se planteaba casi nadie la necesidad de estudiar un máster o de hacer el Doctorado.

Las siguientes generaciones, o buena parte de las mismas, van a interiorizar el ir a la Universidad como algo "natural", exceptuando colectivos que todavía la veían muy lejos por el origen socioeconómico. Si las anteriores lo veían desde el punto de vista aspiracional, las siguientes lo harán como el camino a seguir. Pero la evolución de la sociedad y la crisis de 2008 rompen con este proceso y, además, se rompe la ilusión meritocrática. En este contexto es en el que se va a observar la necesidad de completar la formación con los másteres y, de nuevo, el origen socioeconómico será determinante ya que no todas las personas estarán en las mismas condiciones de afrontarlo. No solo el capital económico disponible será fundamental, especialmente con el precio de esta formación y con el aumento de las universidades privadas que la ofertan, sino también otros factores más sociales y culturales. En la actualidad, no son pocas las personas que realizan enormes esfuerzos de compatibilizar trabajo y estudios de Máster, así como incluso de conciliación de la vida familiar y laboral.

Lamentablemente, nuestras sociedades son cada vez más exigentes y competitivas, lanzándonos a unos frente a otros. Lo que está ocurriendo con la formación superior tras la realización de un grado universitario es un ejemplo. El origen socioeconómico cobre más importancia y se rompen algunos aspectos de la equidad. De esta forma, se reproduce una estructura social desigual en la que las bases de la misma se van quedando más atrás. Si antes decíamos que hay colectivos para los que la Universidad queda lejos, por motivos socioeconómicos, ni nos podemos imaginar dónde queda un Máster. El problema también es que, para más estudiantes que terminan un grado, el Máster también va quedando lejos.