Universidad, movilidad y cierre social 

Por EQUIPO AICTS / 15 de julio de 2019


Hace unas pocas décadas, acceder a estudios superiores, universitarios, era un lujo al alcance de muy pocas familias. La estructura social marcaba claramente los caminos y vías que debían llevar las diferentes clases sociales. Obviamente, había fallas en el sistema, resquicios por los que se colaban algunas personas procedentes de las clases agrarias, obreras, etc. Muchas de ellas estaban vinculadas a los seminarios, otras a la caridad y a la beneficiencia. Pero, no nos engañemos, eran las menos, eran casos excepcionales que estuvieron en el lugar y el momento adecuado y pudieron desarrollar su talento y capacidades. Posteriormente, a medida que la sociedad iba avanzando y las necesidades básicas comenzaron a estar cubiertas, la llegada a la Universidad comenzó a ser percibida como el verdadero mecanismos de movilidad social. La aspiración de conversión en clases medias no estaba únicamente asociada a una cuestión de nivel de renta sino que también a otra de estatus y, de acuerdo, acceder a ciertos bienes de consumo servía para dar el salto a la clase media pero contar con estudios universitarios implicaba un cambio cualitativo. Muchas familias españolas de origen humilde apostaron por la Educación y la Universidad para sus hijos, las hijas tardarían un poco más, como ascensor social. El binomio mayor educación - acceso a mejores puestos de trabajo se cumplía.

La llegada a España del Estado de Bienestar y su consolidación, especialmente en la década de los ochenta del siglo XX, tuvo como uno de sus pilares la universalidad y gratuidad de la Educación obligatoria, así como los sistemas de becas para el acceso a la Universidad. De esta forma, más personas procedientes de las clases trabajadoras y de las clases medias consiguieron llegar a contar con estudios universitarios, aunque no eran mayoría, ni mucho menos. Es en ese periodo cuando la mujer comienza a incorporarse de forma más destacada a la Universidad española, superando en las décadas siguientes a los hombres. Para la mujer, contar con estudios universitarios era una oportunidad de romper con los roles sexuales. De esta forma, llegar a la Universidad ya no era exclusivo de familias de altos ingresos, aunque insistimos en que no todo el mundo estudiaba en la Universidad, al contrario. 

Sin embargo, antes de la crisis sistémica de 2008 ya había indicios de que el nivel de cualificación como medio de movilidad social se estaba rompiendo, o al menos averiando. El denominado "milerurismo" de comienzos del siglo XXI, la sobrecualifacación de parte de los/as universitarios en el acceso al empleo y el tiempo de espera para alcanzar un trabajo de la formación cursada comenzaban a ser empleadas para cuestionar la llegada de "tanta gente" a la Universidad. No eran infrecuentes comentarios socialmente presentes como que "no todo el mundo tiene que estudiar", "hay muchas universidades", "estudiar ciertas carreras no sirve para nada"...Algunos de estos mantras no sólo se han mantenido sino que se han intensificado, aunque otros mecanismos más directos los han sustituido.

La crisis de 2008 ha supuesto una transformación de la estructura social y de sus dinámicas, entre ellas la movilidad social, que en no pocas ocasiones ha sido descendente. El nivel de estudios ha dejado de funcionar como un prescriptor para acceder a mejores puestos de trabajo. Los empleos son más precarios y aumentan los pertenencientes al sector terciario no cualificado por lo que la sobrecualificación aumenta. Entramos en fases de procrastinación que deslegitiman a un sistema que prometía la movilidad social a través de la Educación. Este hecho se ha complejizado y se retornan a escenarios pasados en los que el acceso a la Educación sueperior vuelve a estar marcado por el origen socioeconómico. Tener un grado no es suficiente, hace falta un máster que muchísima gente no puede pagarse. Y, si esa barrera se pasa, habrá otras líneas que cruzar, desde el doctorado hasta otras más sutiles vinculadas a los costes indirectos y a la formación complementaria, esa que en la mayor parte de las ocasiones, y en esos niveles, solo puede darla el origen familiar.

Eldiario.es ha publicado en los últimos días unos datos que, no por desconocidos, no dejan de incidir en esa dirección. Según datos del Ministerio de Educación y Formación Profesional, el precio de la matrícula universitaria se ha incrementado desde la primera de 2012 un 29,2% de media en el conjunto de España, cuando los salarios han crecido un 2,5%. El dato es abrumador y supone un claro cierre de muchos colectivos para acceder a la Universidad, cuando no implica un elevado sacrificio personal y familiar. Además, el incremento de las segundas, terceras, cuartas matrículas, también es sobresaliente y genrea un escenario más innacesible. Muchos/as estudiantes cuentan con la presión extra de no poder "permitirse" un suspenso porque no cuentan con recursos para pagar esa matrícula. De esta forma, la universidad pública también ha visto descender el número de matriculaciones y el abandono de estudiantes que no han podido afrontar las tasas.

A pesar de la recuperación económica, muy pocas regiones han comenzado a bajar los precios de las tasas universitarias. Además, también hay importantes desigualdades regionales en los precios. Son datos que reflejan procesos que nos muestran cómo la movilidad social ascendente se ha detenido y cómo el valor de la Educación ha cambiado. Ha ocurrido especialmente en la última década pero ya había indicios al menos desde una década antes. Estamos dejando a muchas generaciones en el camino, personas y grupos que van a desconfiar del sistema que no ha respondido a las expectativas generadas y transmitidas. Esperemos que no estemos ante un camino sin retorno, pero no lo tenemos claro.