Los riesgos para la Universidad en un tiempo de pandemia

Por EQUIPO AICTS / 9 de noviembre 2020

Hace unos meses, cuando analizábamos en el Blog de AICTS los impactos y consecuencias de la pandemia COVID-19 en diferentes ámbitos, hacíamos referencia a lo que estaba ocurriendo y podría pasar en relación al sistema universitario. Por una parte, como en el caso del conjunto de la educación, había que tener en consideración el impacto del cierre de las aulas durante los meses finales del curso 2019/2020. Este hecho incidía en aspectos como la preparación de las universidades por la digitalización, hecho aprovechado por los deterministas tecnológicos para trasladar las bondades de un modelo on line que tiene otras derivadas. Pero, de nuevo, la realidad se impuso y volvió a constatarse el valor y la necesidad de esa presencialidad en no pocas ocasiones. En cuanto a las brechas digitales, estas aparecieron también a través tanto de la de acceso como, y especialmente, la de uso. Por otro lado, las investigaciones también se vieron afectadas porque buena parte de ellas tuvieron que detenerse, aplazarse e incluso suspenderse.

El comienzo del curso 2020/2021 generaba las dudas pertinentes por las medidas para prevenir los contagios del virus COVID-19. En clases que, por sus dimensiones, hacían imposible la presencialidad, se estableció el modelo on line. Por otra parte, se mantenían en no pocos casos los grupos reducidos, situados en veinticinco personas. Pero, algunas regiones ya han establecido la virtualidad de todas las clases, con el impacto consiguiente. Por otra parte, también hay que tener en cuenta las diferencias entre las regiones y ciudades, no es lo mismo las grandes universidades, que precisan sistemas de transporte público con los riesgos que implica, que las más reducidas y situadas en localidades de menos dimensiones.

Sin embargo, las consecuencias de la COVID-19 ya se dejan sentir en las universidades en otros sentidos. El País alertaba de esta situación en dos direcciones en un artículo del 2 de noviembre. Por una parte, se explicitaba el "riesgo de deserción" ante las clases on line, lo que implica un cambio en las metodologías y, además, la suspensión de prácticas en diferentes ámbitos en las que son imprescindibles. Por otra parte, también se produjo el hecho del aumento de matrículas en determinados grados, bien por la elección del mismo o bien por la cercanía al domicilio familiar ante la posibilidad de nuevos confinamientos, lo que ha dado lugar a que muchas personas no puedan estudiar el grado elegido, hecho que habría pasado en cursos anteriores con las notas disponibles. Además, también se incidía en el cambio en la vida universitaria y en las sociabilidades con unos campus que no tienen nada que ver con los cursos pasados.

Obviamente, las situaciones son diferentes en función del tipo de universidad y de localidades en las que se ubican, como hemos señalado en el caso de las medidas. Pero, no cabe duda de que los riesgos y las incertidumbres se han incrementado en estos meses, a la par que el esfuerzo de la comunidad universitaria se intensifica para dar respuesta a la situación tan compleja en la que nos encontramos. De la adaptación que tiene que darse, y va para largo, y de los principios que la guíen depende que el modelo de Universidad corrija o frene ciertas tendencias muy vinculadas a la mercantilización de la educación superior y de la competitividad en la investigación. Y es que, en definitiva, debe primarse la función social de la Universidad como un elemento vector de la misma, especialmente en tiempos convulsos como los actuales, que ya venían con tendencias que cuestionaban el papel de los estudios superiores y que ven cómo la movilidad social, asociada a la educación, se ha quebrado. No hacer una universidad elitista no depende únicamente de nosotros, pero tenemos parte de los medios para evitarlo.